Hoy sábado 14 de diciembre hace un año que nació mi chiquitín, Rafa… Me pongo morriñosa al recordar aquella noche del 13 al 14 en la que me encontraba taaaan agotada que me negaba a parir. Julia estaba resfriada y se levantó veinte veces y a la veintiuna su hermano Rafa que descansaba entre mis tripas decidió unirse a la fiesta. Rompí aguas y aún así quería volverme a dormir. Necesitaba descansar y hasta me sentía culpable por la falta de alegría ante “El Momento”… La abuela se quedó con nuestra enana y nosotros llegamos al hospital con los mismos miedos que recordaba de hacía a penas un año y pico…
Se me encoge la garganta al contaros mi experiencia, pero hoy no puedo sentarme a escribir sin nombrar a mi príncipe. En el instante que lo sostuve, que lo sentí ya fuera, en el mundo, lo quise aún más que cuando no sabía como era. Un año después lo adoro aún más. Es llorón, bruto y tragón , pero no hay otro igual. No sé que orgullo se sentirá ante los hijos ya mayores, pero os digo que su papá y yo miramos cada payasada con asombro y cuando juega con su hermana con satisfacción… Y hasta aquí la crónica personal de una madre pegajosa!! 😉
Como ya os adelantaba ayer, hoy dedico el post a los lápices blancos que quedaron arrumbados en el cajón. El mío lloró de emoción cuando lo saque ayer… Pues bien, la segunda utilidad para el lápiz blanco es despejar el arco de la ceja, haciendo que parezcan más estilizadas. Sólo tenéis que delinear suavemente con el lápiz bajo el arco y con un dedito difuminarlo. Ese toque de claridad consigue maravillas, de verdad, probadlo!
Ya llevéis los ojos desnudos y sólo con rímel o un ahumado negro intenso, siempre queda bien levantar la mirada con un poco de luz en este punto “estratégico” .
El toque final con el lápiz blanco hará las veces de iluminador.
Tooooodo mi cariño para mis amigas: las coquetas sin receta!! 😉